El 2020 sellará para la historia como el año más diferente de todos los tiempos, referenciando un antes y un después en cada dinámica y esfera de la vida humana. Claramente este 2021 viene permeado por la atmósfera viral de su antecesor, el cual le entregó un cargo bien cargado de caos y desorden mundial. ¿Quién ha podido acostumbrarse a convivir con un tapabocas? ¿Quién podrá decir que le encanta tener ese asfixiador en la boca y la nariz, o que ama reunirse por videollamada con su familia la que tiene a escasos minutos? Se diría que nadie está en confort con todo eso -no faltan las excepciones-, pero así es la vida que vivimos actualmente.
Con la invención de la cura (obviamente con el margen de la duda) destellos de esperanza han surgido nuevamente en el corazón caído (angustia, temor) del ser humano. Bajo ese síntoma, la apertura económica, social y educativa toma más fuerza y confianza. Cada país maneja una situación en particular de acuerdo a los impactos que ha tenido el Coronavirus SARS-CoV-2 (Covid-19), y en Colombia se ha planteado la posibilidad de estudiar con alternancia. Esto implica combinar la presencialidad (con todo el riguroso protocolo de bioseguridad) y la virtualidad.
Constantemente vemos por las noticias o leemos informes sobre la salud mental y la gran incidencia que ha tenido el encierro causado por la pandemia. “El aislamiento, el distanciamiento físico, el cierre de escuelas y lugares de trabajo, son desafíos que nos afectan, y es natural sentir estrés, ansiedad, miedo y soledad en estos momentos”, (25.03.2020) declaración realizada en una rueda de prensa por el jefe de la OMS para Europa, Hans Kluge.
También encontramos que Un estudio de la Unidad Multidisciplinar del Alta Complejidad del Sueño del Servicio Riojano de Salud, en España, encontró deterioro en la calidad del sueño de al menos un 60% de la población investigada. De las 2.500 personas tratadas, por ejemplo, 57% sufrieron de despertares frecuentes, 44 % no pudo iniciar el sueño en menos de 30 minutos, y 28% padeció insomnio.
El ser humano por su naturaleza es un ser social, necesita como principio básico de supervivencia convivir con otras personas para desarrollarse y mantenerse equilibrado. En este punto es donde se encierra una gran dicotomía en referencia al regreso de las clases: posibilitar la alternancia para mitigar los impactos de la salud mental y social o, mantener la virtualidad para disminuir la propagación del virus que sigue acechando. Dirían muchos: ¡la alternancia es la solución! Tal vez sí, porque permite equilibrar la balanza generando de ese modo la reducción de esos efectos colaterales dañinos en las emociones.
Las clases virtuales surgieron como la alternativa para continuar con la educación, pero frente al volcamiento repentino que generó la pandemia, los impactos negativos no se dejaron esperar: alta deserción, los impactos psicosociales y los limitantes tecnológicos. No se puede negar la enorme brecha que hay entre la presencialidad y la virtualidad, aunque la generación actual de niños, adolescentes y jóvenes están más ligadas a la era digital, no deja de ser sorpresiva estas nuevas dinámicas.
Así que, para ti las clases virtuales, ¿son un horror o una ventaja?
1 Tomado de: https://www.dw.com/es/oms-el-impacto-psicol%C3%B3gico-del-covid-19-en-la-sociedad-no-debe-ser-ignorado/a-52925095
2 Tomado de: https://www.elcolombiano.com/antioquia/antioquenos-tienen-problemas-para-dormir-durante-la-pandemia-CB14628291
